Ni rosa, ni dragón

¿Y qué hago con este dragón que me echa fuego por dentro en forma de palabras cuando por fuera estoy paralizada en mitad de la ventisca invernal, terriblemente blanca y helada de la hoja vacía?

¿Y qué hago con las palabras rotas, deshojadas como pétalos de rosa marchita que me caen como lluvia ácida cada vez que estoy a solas?

Esta extraña alquimia de días sucesivos, libros no leídos, besos que no damos, abrazos no sentidos, propósitos no cumplidos y versos que jamás escribiremos me devora cada vez más rápido, y cada vez más fuerte.

Y comprendo que nunca seré dragón.

Ni rosa.

Ni tan siquiera escriba.

23 de abril de 2019, día del libro

Colaboración para el blog Nosotras escribimos.

”Bruja”

«Yo no la he escrito», sollozaba sin parar la niña abrazada a la pierna de su madre. Tenía apenas seis años, sin padre conocido. La mujer, en un silencio espeso, restregaba el estropajo con furia desesperada intentando borrar la marca maldita que alguien había hecho en la puerta de su choza con sangre de cerdo. Mientras miraba de reojo el sol bien amanecido y calculaba cuántos la habrían visto, la primera lágrima brotó de sus ojos. No fue de miedo, sino de una tristeza honda como un precipicio que comenzó ya a matarla.

#REC

«Puta»

«¡Yo no la he escrito!», gritó Antonio en la puerta de la iglesia aguantando las miradas incrédulas. En el listado de los que se confirmaban el domingo, aparecía el nombre de Juana con la sucia palabra escrita encima. Todos conocían su obsesión por esa chica rara. Porque era rara la Juana. Sus padres no entendían que no quisiera casarse. Tampoco que se quemase las pestañas por las noches leyendo a la luz del candil los libros que le prestaba el maestrillo nuevo. Y mientras el revuelo continuaba, ella observaba de lejos y sonreía con los dedos manchados de tinta camino de la escuela.

Hannah

El nombre de mi hermana pronunciado en los labios de Hannah sabía a miel, olía a flores y desprendía un calor sofocante, incómodo, que hacía que tuviera que abandonar la habitación. Greta era preciosa: rubia y de ojos azules. Su amiga, sin embargo, era morena, delgada y de nariz aguileña. Y sus ojos negros brillaban con codicia cuando la miraban. Yo la odiaba porque cuando estaban juntas Greta no era la misma. Era mi deber protegerla de aquella chica sospechosa. Pero nunca imaginé que cuando los agentes de la Gestapo vinieran a buscarla, mi hermana se iría con ella.

F. Mendelsshon

Hace unos días escuché la vida de una música ejemplar que tuvo que ejercer su profesión tras la sombra de su hermano. La frase de la convocatoria semanal de Relatos en Cadena me inspiró para contar su historia.

Hasta hace muy poco a las mujeres se nos ha negado el acceso a muchos campos profesionales. De hecho, aunque aparentemente ahora el camino para nosotras sea más llano, lo cierto es que no podemos dejar de trabajar para que historias como la de Fanny no ocurran.

Vaya mi modesto homenaje a ella y a todas las que la precedieron y la seguirán.

El nombre de mi hermana empezaba por la misma letra que el mío. F de Fanny, de Felix, o de fugas, como las de Bach, ésas que ella tocaba como si sus dedos estuvieran hechos para acariciar las teclas del piano. Fanny era mayor que yo porque nació cuatro años antes y porque su talento era también superior. Su único error: tener nombre de mujer en un mundo de hombres. No me importa admitir que la letra F casi siempre fue de Fanny. Porque si hubiera sido una nota ella habría sido un fa sostenido y fantasma, y yo un infeliz sol, brillante y bemol.

 

Casi

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El último día de vacaciones del 89  a mi padre se le ocurrió darme una clase de conducir. Creía que era lo mejor que podía enseñarme antes de convertirme definitivamente en una adolescente esquiva. Conduje por un polígono industrial hasta que casi nos arrolla un camión y yo salí del coche gritando que nunca más lo haría.

¡Qué jodida la memoria! Ahora estoy aquí sentada al volante de  una camioneta enclenque, en mitad de una selva moribunda, con un rifle apuntándome a la sien, exigiéndome la cámara. Y mientras piso a fondo el acelerador, recuerdo a mi padre diciéndome: «Si te rindes ahora, nunca lo conseguirás».

 

Despojo de REC