
Fotografía de Raquel Rodríguez Suárez
No hay nada como una buena limpieza. Adquirí la costumbre de niña, poco después de que mi hermano cayese al río y allí se quedase durante aquella fiesta de carnaval tan grotesca que a mi abuela se le ocurrió preparar. Adoraba hacer el payaso así que llevaba un buen atuendo para la ocasión.
Suelo deshacerme de la carga excesiva en primavera pero con el tiempo me he dado cuenta de que cualquier momento es bueno. Acostumbro a empezar por los armarios. Reviso ropa que ya no me pongo porque pertenece a un cuerpo que ya no es y a una historia que ya pasó. Amontono los disfraces de felicidad infantil junto con los caramelos que se te pegaban en el paladar, los apilo al lado de los vestidos playeros llenos de bronceados efímeros y borracheras nocturnas. También con las camisas manchadas de besos fugaces o los abrigos pasados de modas forrados de promesas eternas. A veces incluso hago expurgo en el joyero. Es difícil seleccionar entre tantas baratijas y abalorios. Los primeros en salir son los más brillantes y grandes. Casi siempre vienen enganchados con una tarde de compras compulsivas y solitarias, de las que sirven para enjuagar lágrimas. Por último me doy un baño relajante. Lleno la tina, abro mi bote de pompas de jabón mágico, donde guardo mis recuerdos especiales, y aspiro su aroma. Nunca me atreví a llegar tan lejos en mi limpieza pero hoy los vacío todos para que impregnen mi piel por última vez. Todos menos uno.
Contribución para Los viernes creativos https://elbicnaranja.wordpress.com/2017/07/28/viernes-creativo-escribe-una-historia-197