El balneario en casa

Apenas puede contener los nervios en cuanto llega a casa. El día ha sido un poco más horrible de lo normal. Necesita desconectar de todo y de todos. No se detiene ni a saludar a sus hijos. Total, tampoco se iban a dar cuenta, con los ojos pegados a las pantallas de sus móviles y tablets. Se despoja de la ropa tirándola al suelo, aprisa, como si le quemara en el cuerpo, como si quisiera quitarse todo rastro de realidad que se le hubiese pegado. Se encierra en el baño y se asegura de que el pestillo está bien echado. No quiere interrupciones. Necesita un espacio solo para ella. Llena la bañera de agua caliente, lo justo para no sentir el frío de la porcelana en el trasero al tumbarse.

El suave contacto del agua la tranquiliza y hace que olvide un poco todas las mierdas que tiene en la cabeza. Juguetea con la ducha rociándose la piel. ¿Por qué no?, piensa. Con la pequeña palanca que viene incorporada en la alcachofa gradúa poco a poco la intensidad del chorro y lo acerca a su sexo. Inmediatamente siente una escalofrío que le recorre todo el cuerpo y le nubla la mente. Todo se vuelve blando, dulce y pegajoso como algodón de azúcar derritiéndose al sol. Cierra los ojos y se imagina desnuda tumbada en una camilla de aquel spa balinés que una vez vio en un folleto de viajes. La música suave de aires orientales que ha puesto en el móvil inunda el estrecho baño y la ayuda a recrear la ilusión. Imagina unas manos delicadas que le masajean la espalda con aceite esencial. Huele a mango y a coco por las sales de baño que ha echado al agua. Pero bien podía ser de los cocoteros cercanos al spa de sus sueños. Poco a poco compone la imagen de la sensualidad perfecta: un balneario con suelos de madera y multitud de sirvientes de pasos sinuosos como gatos, cuyo único objetivo es hacerla disfrutar. Ella es el centro de atención de cada mirada silenciosa, de cada paso cadencioso, de cada caricia. A las manos delicadas se unen otras más delicadas aún que se entretienen en el pliegue de sus caderas. De repente siente que unos brazos la giran para ponerla boca arriba y le doblan las rodillas hasta encajar justo en la posición real que tiene dentro de la bañera. Aún con los ojos cerrados nota una humedad leve que electriza cada nervio de su vientre, que recorre con parsimonia su piel hasta llegar al centro. Ya no puede más. Esa lengua sin cara, sin sexo definido se le mete hasta el fondo abrasándola. El calor, el vapor la adormece pero un pensamiento se cuela en su mente: debe darse prisa en volver de su idílico lugar. Lleva demasiado tiempo encerrada en el baño y seguro que alguno de sus hijos terminarán por abrir el grifo de la cocina y el instante perfecto se romperá.

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Personas, Niño, Mano, Cortina, Ventana

Su infancia estuvo plagada de oscuros secretos familiares. Cuando consiguió marcharse lo primero que buscó fue una casa sin cortinas.

Microrrelato seleccionado entre los finalistas para el concurso semanal Cuenta 140.

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Su marido era insufrible, sus hijos, unos inútiles insoportables. Su jefe un desgraciado. Estaba desilusionada, desmotivada. Tan deshecha que ni la crema antiarrugas disimulaba su infelicidad. Cada mañana dudaba invariablemente si descerrajarse un tiro o tomarse una caja de pastillas con el descafeinado. Por eso, el día que apareció en su vida un inapropiado imberbe antisistema que rompió su soledad impenetrable sucedió lo impensable: se largó desmelenada e imparable.

Hay días

Hay días que comienzan siendo uno más. Anodinos, dibujados en tonos grises. Perfectamente encajados en el calendario previsto. A veces algo los ilumina. Como si un rayo inesperado penetrara en la pequeña caja oscura y revelara la foto fija cotidiana. Ese relámpago mínimo ilumina el día de un blanco brillante.
Un blanco puro, pero no un blanco frío y blando de nieve.
Más bien un blanco deslumbrante, abrasador, como de sol reverberando en las dunas del desierto. Como de lejía mordiendo el tejido interior. El veintidós de diciembre fue un día blanco de esos. Blanco de foto revelada, de imagen sobreexpuesta, quemada. Hay días así. Días aterradoramente blancos. Mucho peores que los días grises o negros.