El plus

Foto extraída del Blog Santurtzi historian zehar

Con una delicadeza imposible de imaginar en una mujer que guarda cabras en el monte, mi madre va cogiendo el bajo del vestido de Dorita. La tela es blanquísima. Yo solo he visto ese color en los picos de mi hermano cuando madre los restriega en el río y los pone al sol del mediodía sobre las retamas. Dicen que las ricas se casan así por algo de la pureza. Serán cosas de curas, que ellas son muy de misa.  La señora de la casa observa sentada en su butaca cómo nos afanamos mientras se abanica dándose golpes ostentosos contra el pecho.  Mi madre saca la cinturilla y murmura que menos mal que echó sobrante la última vez. Yo supongo que Dorita se atiborra de bombones de contenta que está con su boda. Doña Dora, arrugando el hocico como si estuviera oliendo ahora mismo los picos de Agustinete pero recién cagados, le hace un gesto a mi madre para que se le acerque.

–Atiende, Manuela. No te distraigas. Dice la señora que si terminamos el vestido antes nos va a dar un plus.

Yo no sé qué es un plus, pero emocionada miro los mofletes hinchados de Dorita y rezo por que sea uno bien grande y de chocolate.

Colaboración con ENTC

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Lía y yo

Lía camina a mi lado. A ratos me adelanta y corretea feliz, ajena a todo. Para ella su mundo está aquí, en este parque y en su casa cercana, con su familia. Nada más importa. Lía piensa que está todo precioso. Todo huele más intenso porque no hay tanta contaminación. No anda como otros días, va dando saltitos, como si la hierba que ha crecido en las últimas semanas le hiciera cosquillas en las almohadillas de las patas. Brinca y se revuelca en el manto verde, espeso y blando salpicado de amarillos, morados, rojos. Yo disfruto viéndola disfrutar. Y también paseando con ella en un entorno tan bonito que parece fuera de lugar con la que está cayendo.

-Tenemos suerte, ¿verdad Lía? El parque está precioso y podemos estar solas prácticamente. Yo agradezco la soledad, ya lo sabes. Cuando hay mucha gente alrededor se me llena la cabeza de ruido y me aturullo. Necesito ordenar mis pensamientos en silencio. Si acaso, oyendo los pájaros, como ahora mismo. O tus jadeos. No me molestan tus jadeos, ni tus gruñiditos de placer cada vez que avistas un conejo debajo de un matorral. ¿Has visto qué bella está la jara? Qué flor más humilde y más hermosa. Y ese olor resinoso y dulzón que me transporta a la dehesa. Cómo me gusta este parque a mí también. ¿Sabes?, en ocasiones como esta, cuando no hay nadie alrededor y la carretera cercana está tan muda, sin apenas coches, fantaseo con que es mi jardín privado. Bueno, nuestro jardín privado.

La gravilla del camino cruje bajo mis botas. El suelo está húmedo y las hojas de los árboles brillan como cristalitos verdes, aún cargadas de gotas de la lluvia reciente. Alzo la vista y el cielo es de un azul espeso y luminoso, salpicado de nubes blancas, algunas grises. Es un cielo como hacía tiempo que no veía. O acaso es que hace mucho que no miro hacia arriba.

-Me obligas a mirar hacia abajo, Lía. A conectarme con lo terrenal, con tus paseos, tu ansia de caricias y de comida a todas horas. Tú sabes mejor que nadie disfrutar del momento. No hay cabida para miedos ni malos recuerdos en tu mundo sencillo. Sí que lo hay para disfrutar de olores, sonidos, sensaciones. Y creo que me estás enseñando a saborear esas cosas tan pequeñas y tan grandes al tiempo. Por suerte yo también me estoy volviendo un poco perro.

Pero no puedo dejar de pensar. Últimamente pienso mucho en la muerte. Creo que en los tiempos que corren es inevitable hacerlo. Pero no lo hago de una forma trágica. Hablo de la muerte sin dramatismos ni llantos, sino más bien como un hecho empírico, estadístico. Abres los periódicos y todos los días hay un recuento de cadáveres. Se suman por cientos, a veces por miles. Muchos piensan que sus muertos les preceden en su camino al cielo o al más allá. Yo no. Yo creo que nosotros no somos más que una suma de muertos. Muertos que se cargan a nuestras espaldas. Me giro y veo a Lía detrás de mí. Sus largos rizos ya no se agitan alocados. Ahora cuelgan y apenas se mueven cadenciosamente con el ritmo de su caminar. Ya ha estado corriendo un rato y ahora va andando a pasos lentos y cortos. Jadea un poco más que de costumbre. No sé si es porque ha engordado o simplemente se va haciendo mayor. Lleva ya un tiempo en el que se cansa más de lo normal. A menudo soy yo la que se para a cada rato para comprobar si me sigue. Camino un trecho y me vuelvo. Ahí está, veinte pasos por detrás, a mis espaldas, sumándose a fila de muertos que van detrás de mí. Y sé que si me paro más de un segundo se me amontonarán encima. Cuando eso ocurre suelo sentirlos como una envoltura, que a veces pesa como una manta mojada y otras veces apenas se nota, como velo de novia. No me molestan pero los adivino ahí.

-Qué suerte tenemos ¿verdad. Lía? Poder salir juntas. Tener este parque tan cerca de casa. Esta soledad para disfrutar de las flores, los árboles, los pájaros . Y esta primavera cargada de lluvia que ha preñado la tierra de promesas.

Lágrimas de abril

Dice Sabina que quién nos ha robado el mes de abril. Este abril extrañamente luminoso y sombrío a la vez. Este abril lluvioso que ablanda la tierra y los ánimos no nos lo han quitado, más bien nos lo han devuelto, con sus aguaceros y sus promesas de campos floridos. Este abril y aquel marzo nos ha colocado en nuestros hogares para apartarnos del camino de un enemigo microscópico y feroz y para enfrentarnos a otro más feroz aún: nosotros mismos.

Desde que nos escondimos en nuestras casas para evitar ese ataque invisible yo, personalmente, me encuentro en un continuo estupor. Cuántas veces he deseado poder estar en mi hogar, dueña de mi castillo y mis horas a mi antojo. Escribir así sería fácil, me decía. La rutina, los madrugones, el trabajo, las responsabilidades cotidianas son las que me impiden organizarme para sacar tiempo. Cuantas veces he oído aquello de «cuidado con lo que deseas, por si se cumple». Y aquí estoy. Más de un mes recluida en mi ansiado refugio. Habré juntado tres palabras con sentido desde que todo esto empezó. Y es que es tal el asombro con la película de ciencia ficción que está pasando ante mis ojos que no puedo concentrarme. ¿Cómo podría un personaje de novela narrarse a sí mismo? ¿Predecir su destino capítulo a capítulo? Se me ocurre que si acaso, el replicante Roy Batty fuera de los pocos en ser capaz de prever lo que iba a sucederle en su mundo distópico. Y ni siquiera creo que supiera que nos iba a dejar una de las frases más célebres de la historia del cine. No soy, no somos personajes de una historia ciencia ficción. ¿O sí? Si lo fuéramos espero que al menos sea yo capaz de escribir algo lejanamente parecido a las palabras de Rutger Hauer y que no se pierdan como lágrimas en la lluvia. Pero no terminar como él. De momento solo puedo ir desgranando reflexiones absurdas, insomnes.

Son las cuatro de la mañana. Otra noche más desvelada. Quizás siga lloviendo. Mi perra se ha acercado a curiosear qué narices hago a estas horas. Me mira y se sube a la cama a pesar de que sabe que le voy a decir que se baje (y porque sabe que al final la voy a dejar).

Es posible que llueva, sí. Es posible que todo sea un mal sueño y que los títulos de crédito estén a punto de salir con el sol. Al alba, pero sin temer a la madrugada.