Triste está la princesa

La princesa triste bebe absenta, quema ramos de flores, haciendo hogueras de lirios en mitad del salón de baile.

Le importan un pito las miradas de soslayo.

Que se jodan, que ella es la princesa.

Los ve por el rabillo del ojo girando a su alrededor como pelotas amaestradas.

Trajes vacíos.

La vida le sabe insípida fuera de ese líquido.

Hada madrina, hazme niña de nuevo, pero una muy pequeña, como Pulgarcita.

Sus deseos son órdenes.

Montada en un pétalo de rosa
se adentra en su mar verde de absenta.

Y ya nadie mira. Para nadie cuenta.

Anuncio publicitario

Escritores recomiendan escritoras: 60 libros escritos por mujeres

Con el permiso de su autora, que estoy segura de que no se opondrá, comparto con todos vosotros una entrada maravillosa para homenajear a todas las mujeres que escriben.

El blog de Mae

mujer escritora

Hoy, 14 de octubre, se celebra el Día de las Escritoras. Hay quienes piensan que conmemorar este día es una tontería innecesaria (lo mismo que el 8 de marzo), a pesar de las desigualdades absolutamente cuantificables que existieron y persisten aún en el ámbito literario. Sin embargo, el objetivo de este artículo no es abordar con detalle estas circunstancias, ya que sobre este tema hay voces mucho más autorizadas y documentadas que yo (como la escritora Laura Freixas o el colectivo Las mujeres del Libro).

Cuando se habla de literatura escrita por mujeres a menudo planea una idea muy poco afortunada: que la literatura escrita por mujeres solo interesa a las mujeres. Yo quiero creer que esto no es verdad, aunque no me cabe la menor duda de que es exactamente eso lo que piensan unos cuantos nostálgicos de tiempos pasados. Hace poco, mientras leía este artículo (recomiendo…

Ver la entrada original 6.019 palabras más

Espinas

Cerdeña, Nopal, Cactus, Planta, Frutas, Aguijón

Una vez conocí una mujer que era capaz de coger los higos chumbos con las manos desnudas. Crecía delante de su casa una chumbera enorme de palas cargadas de frutos que oscilaban del verde al anaranjado.

Fue hace mucho. En otra vida, en otro siglo, cuando fui niña de ciudad trasplantada a un pueblo extremeño de siestas eternas de silencio solo roto por el sonido de las chicharras. Una aldea aún decimonónica de mujeres vestidas de negro, chuchos corriendo por las calles sin asfaltar y gatos, cientos de gatos vagabundos. Y esas plantas raras tan espinosas creciendo por doquier. Ahora que lo pienso, un poco mexicano todo. O quizás sea México un poco extremeño…

A aquella mujer que se parecía mucho a Chavela Vargas, y no solo en el gesto, la recuerdo siempre trajinando de acá para allá con su mandil y sus zapatillas raídas. Tenía una sonrisa desdentada de la que a menudo escapaban sonoras carcajadas  llenas de sarcasmo hacia todos los que creían reírse de ella. A mí me causaba miedo y fascinación a la vez. Sobre todo cuando la miraba espantada manejando esas bolitas de color brillante llenas de espinas.

—¡Jajaja!, no me mires así que no me pasa ‘na’. ¿Quieres uno?

Enseguida cogía un higo por la base y con dos dedos lo pelaba sacando tiras en un santiamén. Me lo ofrecía, resplandeciente, húmedo y delicioso. Yo me quedaba obnubilada pero, aún pelado, me daba miedo tocarlo.

—¡Ea!, pues ‘pa’ mí si no quieres.

Y se lo metía en la boca sin dudar todo entero. A veces un hilillo dulce le asomaba por la comisura y resbalaba por la arruga que recorría su barbilla.

La verdad es que nunca probé uno. Me bastaba con mirar sus manos grandes y duras trabajando con el fruto erizado como si en vez de pinchos estuviera recubierto de terciopelo, e imaginarme cómo explotaba dentro de esa boca medio desdentada. Un caramelo especial para una mujer singular que agarraba los asuntos espinosos de la vida y les sacaba la piel para comérselos con descaro. Igual que los higos chumbos.

Hace mucho que desaparecieron. Ella y las chumberas.