Flecos

Habría cogido alguna vez un hilván. Seguro que su abuela le enseñó a dar puntadas haciendo un dobladillo para que el tejido no se deshilachara. Porque se recuerda sentada en una silla a la puerta del viejo caserón mientras borda cruces desiguales poniendo ese empeño tozudo propio de los críos. Si era domingo, el día del descanso sagrado, la abuela la reñía, recuerda con nostalgia mientras mira el día de hoy marcado en rojo en el calendario mugriento de la pared de la nave. Pero la abuela no está, se la llevó el vaivén de la vida. Igual que se llevó su infancia. También le trajo otras cosas la vida, cosas inesperadas, cosas a destiempo. Un amor definitivo a los quince años, demasiado bueno para llegar tan temprano. Otro no tan bueno, un poco más tarde disfrazado de tentadora lujuria, de sexo salvaje del que no quedó más que la parte más animal y más salvaje. Por suerte, a este también se lo llevó la vida, que esta vez vino a arrancarlo de su moto reluciente, esa que tanto adoraba, en forma de autobús turístico de dos plantas. Ese día los japoneses que iban dentro gastaron los carretes en aquel tramo de la Gran Vía.  Con veinte años, era el segundo entierro al que acudió. No sabe muy bien por qué. Probablemente porque en aquel momento no encontró ninguna excusa para no ir, a pesar de todo.  A los dos meses la vida, tan sarcástica ella, le trajo un recordatorio de esos que se dan en los funerales. Pero no fue un sobrecito con postal y oración dentro, sino un test de embarazo.  Según le entregó el paquete, la muy cabrona se llevó todos sus proyectos: los estudios, su hipotética carrera de modelo, la vida ordenada que su madre le construyó… Incluso el precioso vestido entallado que tenía pensado llevar en la boda de su hermana, al que hubo que sacarle las costuras.

Costuras… Mira el reloj, hoy no hay tiempo para pespuntes. Así que brida como puede el pollo que acaba de rellenar y siente como si al mismo tiempo se estuviera cosiendo ella misma por dentro, con puntadas bien apretadas para que nunca se le salgan esos malditos sueños, si quiera aunque la tela se desgarre.

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