
Su marido era insufrible, sus hijos, unos inútiles insoportables. Su jefe un desgraciado. Estaba desilusionada, desmotivada. Tan deshecha que ni la crema antiarrugas disimulaba su infelicidad. Cada mañana dudaba invariablemente si descerrajarse un tiro o tomarse una caja de pastillas con el descafeinado. Por eso, el día que apareció en su vida un inapropiado imberbe antisistema que rompió su soledad impenetrable sucedió lo impensable: se largó desmelenada e imparable.