Las vidas secretas de los paraguas

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Se le acumulaban los paraguas en el armario. Cada noche lluviosa, al terminar la jornada, salía de la cabina del conductor y revisaba los vagones vacíos del tren para rescatar  paraguas. Paraguas perdidos, tal vez añorados apenas durante unos minutos al notar su falta bajo el aguacero. Paraguas rotos, sucios: víctimas de un vendaval intempestivo. Abandonados después de una vida abnegada de humilde instrumento protector. Paraguas de todos los colores y tamaños. Había paraguas de hombres de negocios, o de funeral, según el caso: negros, serios, adustos, con mango de madera barnizada. Los había chiquitos, plegados hasta casi desaparecer: paradigma de la discreción, y también de la eficacia, desplegando con solo un clic todo su buen hacer. Paraguas coquetos, de colores rosados, con flores, de los que salen alegres a pasear bajo una tormenta de primavera en Sevilla. Los había también elegantes y sencillos, de líneas rectas, ideales para ir una tarde de domingo al cine o para apresurarse un martes por la mañana para llegar cuanto antes al trabajo. Pero todos huérfanos. Y cada vez que cogía uno le inventaba una vida pasada. Se imaginaba las manos que lo habían sostenido. Los abría y acariciaba el mango mientras cerraba los ojos hasta casi sentir la sombra de la persona a la que una vez había cobijado. Tenía la secreta esperanza de que alguna vez daría con el paraguas que le protegiera de los días grises y de los recuerdos que le llovían por dentro. Y acaso su antiguo propietario volvería a rescatarlo para llevárselo consigo. Junto con el paraguas.

© Sara Nieto

Microrrelato tuneado presentado en la VIII Microquedada relatista celebrada en Sevilla en mayo de 2018