Me sube un regusto amargo a la boca cada vez que me obligan a pronunciar su nombre. Yo lo intento pero la erre se me encasquilla en la tráquea y termina por provocarme arcadas. Me tengo que ir al baño minúsculo de la comisaría y vomitar. Como si con eso me purgase el asco que me invade las entrañas. Como si así pudiera rebobinar el tiempo y con cada bocanada de vómito pudiera ir hacia atrás, hasta el momento en que le dije que sí, que me acompañase a casa. Y decirle que no. Que mejor me iba sola. O en un taxi. Ya de vuelta en la sala me piden que continúe, que es necesario, pero no puedo. Yo solo pienso en irme y meterme en la ducha otra vez.Así que termino por sacar el móvil y mostrárselo. Solo tengo que buscar en el grupo de Whatsapp que más uso. Ese que se llama «Mis mejores amigos».
Un relato que dice más por sus espeluznantes silencios que por sus palabras. Me ha erizado la piel el notar las sensaciones que describías. Un placer leerte, compañera. Adelante!
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Muchas gracias Rafalé. Un placer que me leas.
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Que encima sea un amigo, y de los mejores…
Voy a callarme lo que pienso, pero tú no, eh, tú sigue escribiendo. 🧡
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Sí, Margarita. Esto es ficción, pero podría ser tan real… que de hecho muchas veces lo es.
Un abrazo 😘
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Impactante !…quantas situaciones habrán como esa.
Muy bueno , saludos !.
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Pues por desgracia, probablemente bastantes más de las que pensamos
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