Temblamos de pánico hacinados en aquellos trenes que nos llevaron al infierno y el temblor ya no se fue. Nos temblaba todo: manos, rodillas, mandíbula. Nos crepitaba la voz si hablábamos. Por las noches seguíamos tiritando, pero al miedo se sumaba el frío. Hasta que encontré a Karl. Acoplábamos nuestros cuerpos enjutos en el catre y compartíamos calor y vivencias. Él hablaba de su equipo de fútbol; yo, de mis clases de pintura. Un día Karl desapareció, lo convirtieron en humo, y el temblor volvió para siempre. El médico que me trata ahora lo llama Parkinson. Yo lo llamo terror.
Relato mencionado en el VIII certamen de microrrelato ‘Realidad ilusoria. Muchas gracias a Miguel Ángel Page por la organización del concurso.
Guau, espeluznante. Me ha gustado. Un abrazo.
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Lo siento, pero me alegra que te guste. 😉
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Felicidades, Sara.
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Gracias compañera 😉
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