
Ayer abrí la galería de fotos del móvil y casi se me saltan las lágrimas. El repertorio de fotos de este año me parecía una película maravillosa. Lo cierto es que en el momento en que capturé esas imágenes no me parecía estar viviendo un momento tan memorable. Lo triste es que ahora sí me lo parece. Veréis, el mes de enero comenzó con la apertura de los regalos de Reyes, fotos de roscones y de sonrisas. Abrazos en familia, mi perra paseando por el parque, mi perra en posturas graciosas. Tenemos fotos de una escapada de fin de semana, a lo romántico, cena con velitas, visita a bodegas, incluso un baño en un spa (vivíamos peligrosamente hace unos meses). En febrero nos fuimos a una reunión de frikis de los mangas, la Japan Weekend nada menos. Miles de personas venidas de toda España y algunas de la otra punta del mundo, la mayoría más jóvenes que nosotros (no que mis hijas, por supuesto) que ya se sabe que son ellos muy de abrazarse, compartir bebidas, bocatas, besos, babas y de todo. Y sudan, sudan mucho todas esas hormonas por los poros de sus pieles tan tersas aún. Y en medio todo nosotros, tan felices, tan inocentes. Eso sí, las fotos son coloridas, exóticas a más no poder. Imprudentemente divertidas.
Marzo nos trajo un regalo que cada día que pasa valoro un poquito más. Ahí me harté a hacer fotos. Facebook y algunas redes sociales lo atestiguan. Visité Comillas junto con mi marido y otras cuarenta y tantas o cincuenta y tantas personas (no lo recuerdo bien) amantes de las letras. Amigos todos, unidos por nuestro vicio inocente de leer y escribir, que de vez en cuando nos entregamos (nos entregábamos) a los placeres más mundanos. Bebimos, comimos, nos rozamos, nos besamos, nos abrazamos como si inconscientemente intuyéramos que no habría un mañana. Porque la verdad es que no lo había. Bueno, sí que ha habido mañanas después de aquello pero ninguna ha sido como las mañanas solían ser. Ni las tardes, ni las noches.
Después de ésas, tengo muchas otras fotos. No he dejado de hacerlas. La mayoría son fotos «de interior». De los interiores de mi casa y de mis propios interiores: imágenes de cosas que me llaman la atención, flores, objetos, cosas que me hacen pensar. Pienso mucho últimamente. Incluso más de lo normal, y eso que yo siempre he sido de pensar demasiado.
Llegó el verano y nos atrevimos a explorar alguna región del norte. También soy de buscar el norte siempre. Será porque tiendo a perderlo. Son bonitas las fotos pero tienen algo. No, más bien les falta algo: cierto brillo, cierta pátina de libertad a pesar de reflejar paisajes al aire libre. Y también les sobra la dichosa mascarilla a todas.
Me limpio las lágrimas que asoman a mi corazón y respiro hondo. Me obligo a seguir adelante, a levantarme, pero me resulta muy difícil asumir que ya no volverán esos tiempos felices. Que el tiempo pasa inexorablemente es algo impepinable, con o sin pandemia. Que ese aguijonazo de nostalgia siempre lo voy a tener es incuestionable. Soy así. Pero creedme, la nostalgia que siento de la vida de hace tan solo ocho meses es inabarcable.
No dejes de fotografiar la vida, del derecho y del revés, aunque tengas que ponerle una mascarilla a la cámara. Y cuenta, cuéntanos, todos esos besos que esperan el momento de rozar de nuevo unos labios.
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Qué ganitas tengo de que pase esta pesadilla, Margarita. Muchas gracias por tus palabras. Seguiré haciendo fotos para regalaros. Abrazos emocionados 🤗🤗🤗
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