Con los pies a remojo mientras pescaban en su río, Anselmo y Domingo se contaban mutuamente sus historias. Repasaban cada día y con todo detalle sus anécdotas de juventud. Lanzaban la caña invisible, y enseguida sacaban, uno tras otro, recuerdos frescos y brillantes. Así hasta que entraba la enfermera y les parloteaba sin parar en un idioma que apenas comprendían sobre normas, pastillas, rehabilitación… Luego, cuando se iba con gesto de fastidio, ellos llenaban de nuevo las palanganas y volvían a sentarse en la cama.
Un río muy particular el de la nostalgia… Un beso, amiga
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Los bellos recuerdos no mueren, ni siquiera en una cama de hospital.
Un relato muy enternecedor.
Saludos.
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Muchas gracias, Josep. Y qué haríamos sin ellos, verdad?
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